Friday, November 11, 2005

Terminal


Cada vez me gustan más los aeropuertos.
Y cada vez me da menos miedo volar.
Siempre que me subo en un avión me supone un cambio radical en mi vida. La ansiedad generada durante la preparación del viaje y la adrenalina producida por mi cuerpo cuando aterrizo en otro país, rodeada de gente extraña y, normalmente, lastrada por un equipaje infernal, provocan en mí una sensación de catarsis personal difícil de describir. Las horas de espera, la cola de facturación-"mierda, me he pasado con el peso, tengo que sacar algo..."-, la moqueta de la zona de embarque donde me siento los últimos minutos de mi vieja vida, esos desconocidos que me sonríen y se convierten en mis amigos por un par de horas-"estarán pasando lo mismo que yo?"-, el ritual de las azafatas, el piloto dando la información metereológica,... y, por fin, el aterrizaje.


Fin de una epoca.

Para mí los aeropuertos son túneles del tiempo, en los que te metes por un pasadizo en una cabina extraña y sales por otro pasadizo a un lugar totalmente distinto, puede que con distinta hora, distinto idioma, distinta comida... A veces la moda es totalmente distinta (En Londres la moda va un año por delante y en Hamburgo un año por detrás respecto a España, es muy curioso.) Pero en estos túneles nunca puedes volver al tiempo de partida: el país que dejaste no volverá a estar allí para recibirte y tendrás que acostumbrarte a las nuevas canciones, los personajillos de moda, la nueva programación televisiva, incluso puede que algún canal nuevo, una nueva escena política,... Vuelves a un país irreconocible.