Thursday, January 19, 2006

El regreso: capítulo final

Las cosas buenas, la mayoría de las veces, son complicadas de conseguir y se hacen esperar... mucho, demasiado..., como siempre.



Nuestro último encuentro en verano fue tan gratificante como desolador, tan destructor como impulsor de nuevas energías.


Aquellas primeras noches en Hamburgo te las dediqué a ti, a tu soledad y tu dolor, a mi soledad y mi tristeza. Intenté aprovechar aquello como atizador de las llamas, para arder al máximo, hasta consumirme, y comenzar con todas las fuerzas posibles, fruto de la combustión. Aunque no lo conseguí, como siempre.




Desde el verano no habíamos tenido demasiado contacto, pero más de lo habitual si cabe: un par de correos
electrónicos, unos textos escritos en medio de la noche y una llamada de teléfono, eterna, infinitamente escasa para la cantidad de sentimientos que queríamos transmitir. Yo siempre te he hablado con los ojos y tú sabes entenderlos, o por lo menos sospechar lo que pienso. Y nos intuimos con la mente, como siempre.

Tras diversas llamadas de teléfono, mil intentos y alguna que otra frustración, conseguimos que nuestra promesa se cumpliera y nuestro encuentro en Navidades fuera posible.

Las circunstancias eran otras muy distintas a las de la anterior cita, siempre son otras. Pero nada cambia.
Hablamos, conversamos, paseamos, planeamos, reimos y lloramos. Y en una maldita estaci
ón de tren nos despedimos, como siempre.

Y nuestro encuentro se hizo tan breve como el momento que tarda el sol en bajar al atardecer. Y tan fugaz como el último rayo de sol, fue nuestra despedida.




¿Hasta cuándo...?