Sunday, January 08, 2006

El regreso: primer capítulo.

En el aeropuerto de Londres me tocó devolver la buena acción del día. Si el taxista me había demostrado un cierto grado de confianza, yo hice un acto de fe cuando escuché a una chabala con pinta de o sea, qué pija y qué pava soy lamenterse por lo pesado de su equipaje. Pobrecilla- pensé- con lo mal que lo pasé yo cuando me tocó sacar tres kilos de la maleta para no pagar el sobrepeso... A esta chica le sobran más de cinco kilos,...no a ella, a su equipaje, quiero decir... Así voluntariamente me ofrecí a cederle mi espacio vacío en la maleta. Como no había tenido tiempo de meter nada, nada había dentro, y prácticamente toda la maleta se llenó con sus cosas. Por supuesto, esto es algo que está terminantemente prohibido, porque nunca se sabe lo que te pueden meter,... en la maleta. Pero esta chiquilla tenía pinta de ser una pavi-sosa de Palencia, de pueblo para más señas, que se había ido a Londres a estudiar inglés y volvía con los aires de soy la más guay. Con esa descripción, no sé cómo me dio por hacerle el favor precisamente a ella, pero eso demuestra mi completo estado catatónico, en el que ni sentía ni padecía. No acabó allí la cosa, sino que el chico que estaba a nuestro lado comenzó a darnos consejos. Me encantan los listos, sabéis a que me refiero, ¿no? Esta gente que con mucha seguridad te dice: sí, yo hablo perfecto inglés, porque llevo tres años trabajando de camarero en Inglaterra... Aunque se les olvida comentar que trabajan en una cafetería española o italiana, y que tienen un acento castizo que tira de espaldas. Pues uno de esos nos deleitó con su compañía y su conversación durante el viaje. Y lo peor es que la chica del sobrepeso (en la maleta) hacía muy buenas migas con él. Ya está -pensé- un roto para un descosido. Así no estropean dos casas, como decía el sabio de mi bisabuelo. En fin...

C
uando llegué a Villanubla sólo pensaba en recoger el equipaje y hacerle tragar sus mendos a la pava, a ver si así dejaba de decir tont
erías, pero lo que presencié mereció la pena. Crimen y castigo: ¿que eres una niñata tonta que vas de guay y de o sea por la vida? Pues tu madre sin ningún sentido del ridículo y una enorme pancarta acompañada de los paletos de tus tíos van a recibirte al aeropuerto. Y te quedas con una cara de ¡ah, qué horror, no os conozco! ¡Mamá, por favor, baja la pancarta!

JAJAJAJA, NO PUDO SER MEJOR. Mi paciencia y sufrimiento fueron premiados con este momento de vergüenza ajena. Y no quiero ser mala, pero es que la niño de las pelotas...

A partir de ahí empezó lo bueno, porque mi querid
a Ele había ido a recogerme y esperaba con santa paciencia en la cafetería mientras yo me libraba de la madre de la pava, que se deshacía en abrazos y gracias por la ayuda prestada a su hija.

Me imagino que el careto que yo portaba tras las aventuras vividas en las 12 horas previas sería peor que un cromo de boxeo. Además tuve momento desahogo vomitando en cuestión de pocos minutos un cúmulo de malas experiencias vividas en los dos meses anteriores. A la pobre Elena le debí de asutar mucho, porque se empeñó en cuidarme y mimarme, y en que me quedara a dormir esa noche en casa, para descansar un poco y charlar más antes de volver a casa de mis padres. Evidentemente, conociendo a mis padres, aquello era impensable. Vamos hombre, lo que tienes que hacer es venirte a casa corriendo, directamente, y no moverte más, para descansar y recuperarte y comer bien, que a saber lo que comerás allí en Alemania...

Allí estuve de nue
vo, en Tirso de Molina, con las risas de siempre y el mismo buen rollo de siempre, a pesar de las malas noticias (el padre de Rubio ingresado). Conocí al nuevo inquilino sorpresa de la casa: el hurón de Mo. No recuerdo su nombre, así que no puedo presentarlo, pero si hay que elegir un nombre típico de mascota, yo lo llamaría Inquieto, porque no es capaz de estarse quieto ni tranquilo, a no ser que le des mucho mucho calor humano y le gustes. Por cierto, creo que me dio alergia o que algo se me metió en el ojo, porque empezó a irritárseme el párpado y al día siguiente lo tenía como una morcilla. ¡Genial, lo que me faltaba pal duro...!

Entre unas cosas y otras, u
nas risas por aquí, un chocolatito por allá, se me hizo tarde, y perdí el tren que quería coger. Llamé a mi casa para avisar, pero no había nadie. Llamé al móvil de mi madre, y no me lo cogió. Mal asunto, se me va a caer el pelo...

Raúl me llevó en coche hasta Medina del Campo, aprovechando que el tenía que irse a Coca para trabajar. Así pudimos hablar de tú a tú y contarnos las penas, en aquel momento la soledad y la dificultad de adaptación a los cambios.

Cuando llegué mis padres estaban histéricos, no tuvieron ni una sola palabra agradable y sí muchas en un poco poco cordial. Todo se acabó al llegar a casa. Comí, hasta hartarme, y dormí, cómo no, en el sofá, para no perder las malas costumbres.


En ese momento soñé en algún idioma, no sé en cual, porque mi madre me despertó diciéndome que estaba en España. ¡Ah, sí...! Hogar, dulce hogar... Perdona que no me levante...

Y cual hurón, me hice un ovillo en el calorcito del brasero, pensando lo lejos que estaba del calor humano que a mí me gustaba...


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