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Las cosas buenas, la mayoría de las veces, son complicadas de conseguir y se hacen esperar... mucho, demasiado..., como siempre.

Nuestro último encuentro en verano fue tan gratificante como desolador, tan destructor como impulsor de nuevas energías.
Aquellas primeras noches en Hamburgo te las dediqué a ti, a tu soledad y tu dolor, a mi soledad y mi tristeza. Intenté aprovechar aquello como atizador de las llamas, para arder al máximo, hasta consumirme, y comenzar con todas las fuerzas posibles, fruto de la combustión. Aunque no lo conseguí, como siempre.

Desde el verano no habíamos tenido demasiado contacto, pero más de lo habitual si cabe: un par de correos electrónicos, unos textos escritos en medio de la noche y una llamada de teléfono, eterna, infinitamente escasa para la cantidad de sentimientos que queríamos transmitir. Yo siempre te he hablado con los ojos y tú sabes entenderlos, o por lo menos sospechar lo que pienso. Y nos intuimos con la mente, como siempre.
Tras diversas llamadas de teléfono, mil intentos y alguna que otra frustración, conseguimos que nuestra promesa se cumpliera y nuestro encuentro en Navidades fuera posible.
Las circunstancias eran otras muy distintas a las de la anterior cita, siempre son otras. Pero nada cambia.
Hablamos, conversamos, paseamos, planeamos, reimos y lloramos. Y en una maldita estación de tren nos despedimos, como siempre.
Y nuestro encuentro se hizo tan breve como el momento que tarda el sol en bajar al atardecer. Y tan fugaz como el último rayo de sol, fue nuestra despedida.

¿Hasta cuándo...?
Un paseo diurno puede mostrar mejor las maravillas arquitectónicas que encierra esta ciudad tan denostada.
La formidable portada de Las Cadenas de San Gregorio, en continua restauración, no tiene nada que envidiarle a la fachada de la Universidad de Salamanca. En mi opinión, le da mil vueltas a la fachada de San Pablo, la cual es considerada mayoritariamente como la maravilla de Valladolid. Personalmente, no me gusta. Me quedo con ésta.
Con un poco de perspectiva, apenas se aprecia el cartón-piedra que tapa las obras de restauración y que trata de imitar la verdadera visión de la portada. Siempre me he preguntado por qué hay dibujada una mujer con una bolsa de El Corte Inglés, ¿publicidad pagada o un artista de cachondeo?
Una de las características urbanas que más echaba de menos en Hamburgo era la existencia de soportales y patios, especialmente de soportales. Es una gozada poder pasear por una ciudad que esconde un antiguo palacio en cada esquina. 

También echaba de menos nuestros enfoscados rojos, nuestras columnas de granito y nuestras estructuras de viguetas de madera con enyesado. Una maravilla constructiva, un placer visual.
Otra de las bellezas de la ciudad es San Benito. La gente suele fijarse en lo blanquita que está la piedra, en lo limpio y ordenado de su entorno y en la amplitud de la plaza que lo precede y que permite una amplia visión del pórtico de entrada. Pero a mí San Benito me gusta por lo que tiene de histórico y de original. Es un Iglesia adosada a un edificio público que anteriormente fue convento. Pero en su origen se trataba de la fortaleza originaria de la ciudad. San Benito era un castillo a orillas del río Pisuerga que servía de broche a la muralla medieval de la ciudad, de la que apenas podemos encontrar unos pequeños restos.























